Los desvíos de la “normalidad”
Un epígrafe de William Faulkner abre Outsiders, la reedición de uno de los libros señeros en la descripción sociológica de lo que se denomina marginales, personas estigmatizadas o etiquetadas por otras personas por considerarlas fuera de la llamada “normalidad”, y a las que se rotula sin que importe demasiado el tenor de las faltas cometidas, ya se trate de abusos de drogas, crímenes, exceso de alcohol u otras acciones de similar tenor. El sociólogo norteamericano Howard Becker, una voz autorizada y audaz en el tema, autor de Outsiders, copia el siguiente fragmento de Mientras agonizo, la magnífica novela de Faulkner: “…A veces no estoy tan seguro de que alguien aquí tenga derecho a decir quién está loco y quién no. A veces pienso que ninguno de nosotros está ni del todo loco ni del todo sano hasta que la mayoría de nosotros le dice que lo está. Es como si no importara mucho lo que uno hace, sino el modo en que nos ven los demás cuando lo hacemos”. Outsiders. Hacia una sociología de la desviación, tal cual reza su título completo, consta de una serie de textos sociológicos basados en informes elaborados sobre estudios empíricos que el autor llevó a cabo durante los años 60, que abordan temas poco frecuentados en esa época tales como el consumo de marihuana, con esclarecedoras entrevistas a fumadores, y el lugar que ocupaban los músicos de jazz que tocaban en pequeños sitios, tugurios o salones de baile, quienes sostenían que por sus hábitos no eran comprendidos por el entorno social.
Estos estudios fueron
hechos en una época en la que la sociología revisaba y criticaba sus antiguos
marcos teóricos, que abundaban sobre los interrogantes acerca de qué llevaba a
la gente a tener comportamientos desviados apartándose de las vidas normales.
Fallas en las psiquis, conflictos de crianza y hasta los fracasos en el ideal
del “sueño americano” que la sociedad norteamericana había fabricado como meta
deseada para sus miembros, eran algunos de los enfoques metodológicos con los
que se intentaba explicar el origen de las desviaciones que, luego, al
profundizar las hipótesis, chocaban con los obstáculos que imponían las
estructuras sociales –como la falta de acceso a la educación, entre otras–, que
impedían cualquier posibilidad de ascenso en una sociedad marcadamente puritana
y utilitaria.
En Outsiders Becker se
ubica en una nueva generación de sociólogos menos conformistas y más críticos
de ciertas teorías que fueron abrevando en otras fuentes, que iban desde el
análisis marxista de los efectos patológicos que el capitalismo provocaba en
los miembros de una sociedad, hasta la mirada sobre las organizaciones encargadas
de resolver el problema del delito, es decir, la justicia penal con sus
policías, tribunales y prisiones, y que, como comenzó a quedar en evidencia,
tenían sus propios intereses y puntos de vista que defender.
“No hace falta
esforzarse…para imaginar que una de las razones que subyacen al pesimismo (de
estas entidades)…respecto de la naturaleza humana y sus posibilidades de
reformarse es el hecho de que si…la gente pudiera reformarse, (ellos) se
quedarían sin trabajo”, consigna Becker.
De este modo, Becker
niega las estadísticas policiales que hacen figurar a un sospechoso de portar
determinados rasgos y vestimentas, y que es detenido circunstancialmente, como
un delincuente en el mismo nivel que aquellos que efectivamente delinquen.
En este sentido, Becker
fue más allá y permitió desplazar el foco de atención hacia quienes promueven
las normas y consideró que era igual de importante analizar a quienes infringen
la ley como a aquellos que definen lo que es un delito. Y ampliando el campo de
visión, comenzó a preguntarse quién es el que determina qué tipos de
comportamientos son delictivos y cuáles serían sus consecuencias. Al mismo
tiempo, el autor hace una innovadora distinción entre el delito y lo que él
llama “desviación”, que comporta toda otra clase de actividades restringidas a
grupos específicos y que sólo son reprobables para ciertos sectores y no para
toda la sociedad –las relaciones homosexuales serían un ejemplo, cuyo paradigma
hoy, la ley de matrimonio igualitario ya promulgada o por promulgarse, es
resistida por diferentes sectores en distintos países–, lo que lleva a Becker a
preguntarse, citando al antropólogo brasileño Gilberto Velho, “quién acusa a
quién y en qué circunstancias tienen éxito esas acusaciones al ser aceptadas
por otros”.
Desde este punto de
vista “la desviación no es una cualidad del acto que la persona comete, sino
una aplicación de las reglas y sanciones sobre el infractor a manos de
terceros. Es desviado quien ha sido exitosamente etiquetado como tal, y el
comportamiento desviado es el que la gente etiqueta como tal”, apunta Becker en
el capítulo “Outsiders”, haciendo hincapié en que se ocupará menos de las
características personales de los desviados que de las circunstancias por las
que llegan a ser considerados de ese modo.
Acertadamente Becker
postula que todas las personas, en mayor o menor grado, tienen impulsos
desviados, lo que correría el eje de las razones por las que quienes se desvían
de alguna norma hacen ciertas cosas, hacia el interrogante de por qué la gente
convencional no lleva a la práctica ciertos impulsos que podrían ser vistos
como desviados. Lo que encuentra es que justamente esas estructuras con formas
de instituciones (incluida la familia) son las que dictan a los individuos
cuáles son las conductas convencionales y que apartarse de ellas afectará
negativamente sus otras actividades sociales.
Claro que, continúa
Becker, desde el otro lado de la balanza, también la mayoría de los grupos
desviados cuentan con sus propias lógicas de autojustificación; en el caso de
los drogadictos, el autor apunta que para ellos es muy difícil curarse ya que
cuando lograron salirse de la rutina bajo algún tratamiento descubren que los
demás los siguen tratando como adictos, negándoles valoración como iguales. De
los homosexuales dice que esas lógicas justificadoras van siendo cada vez más
elaboradas y cuentan con una batería de argumentos que justifican el
comportamiento que sus miembros asumen y tienden a neutralizar sus culpas
sociales. Como se sabe, en la actualidad, aunque aún estigmatizada por vastos
sectores, la homosexualidad y la cuestión de géneros goza de una aceptación
antes impensada.
Fumadores y jazzeros al
margen
En cuanto a los
fumadores de marihuana, el tipo de investigación que Becker lleva adelante
apunta a comprender las actitudes que conducen al consumo de la hierba por
placer; a partir de estas observaciones, el autor sostiene que la marihuana “no
produce adicción, al menos no en el sentido que lo hacen el alcohol y los
opiáceos. El consumidor no experimenta abstinencia…”, y cita para ello un
informe de la Comisión sobre la marihuana del Alcalde de New York que
demostraba que si lo fumadores no conseguían la droga no mostraban signos de
frustración. Cabe señalar lo ilustrativo que resulta la descripción de estas
aproximaciones teóricas al fenómeno del consumo de marihuana que en la
actualidad se ha convertido en un tema polémico, toda vez que se intentan
aplicar políticas de Estado (en algunos países) para despenalizar su consumo
como modo de contrarrestar los embates del narcotráfico. Incluso en un sentido
hasta irónico pero siempre en el contexto del estudio empírico, Becker
describe, desde la propia voz de avezados consumidores, aspectos que deberían
conocer sobre todo los sectores que se oponen tenazmente a su legalización.
“…Me encanta fumar y lo hago sobre todo cuando quiero relajarme y descansar,
o…escuchar un buen disco clásico o ver una buena película…”, le confiesa uno de
los asiduos fumadores de marihuana que entrevista.
En el capítulo donde
analiza el consumo y el control social, Becker pone el acento en el rol de las
fuerzas de la ley y las instituciones que las sostienen, que generalmente
aplican sanciones a las cadenas más débiles del consumo. En los años 60 ya “…la
fuerza de la ley no controla el consumo disuadiendo a los consumidores, sino
haciendo que la provisión de la droga sea poco confiable y dificultando aún más
su acceso”, aspecto que en los últimos 20 años consolidó los niveles de
criminalidad narco con sus múltiples conexiones y procaces relaciones con
sectores políticos e institucionales.
Con la misma elocuencia
gráfica se ocupará de los músicos de jazz sobre todo a partir de la idea que
los músicos tienen de sí mismos y de, entre otros, los empresarios para quienes
trabajan y de los conflictos que allí surgen; de cómo reaccionan frente a esos
conflictos, y de la sensación de segregación que experimentan con el resto de
la sociedad. Lo medular, apunta Becker, “de este problema es el modo en que el
músico define su trabajo y el modo en que lo definen sus empleadores”.
Becker llama la atención
sobre este aspecto e insiste: “Antes de que un acto sea visto como desviado
alguien tiene que haber creado la norma que establece que ese comportamiento es
desviado”.
Revisar la etiqueta
Cultor de las teorías
sociológicas conocidas como interaccionistas, Becker abre fuego contra aquellos
que las critican y desnuda en esa mirada verdades incontrastables que, otra
vez, tienen candente actualidad en la puja de gobiernos de solventes políticas
de Estado con los poderes hegemónicos constituidos. De los que vienen de
la izquierda dice, citando a Mankoff, otro teórico, que “se niegan a reconocer
que la opresión de clase, la discriminación racial y el imperialismo son
realmente desviados…”, y continúa “…¿pero no es acaso también un hecho
social…que la economía corporativa mata y mutila mucho más, y de manera más
salvaje, que ninguna violencia cometida por los pobres (sujetos habituales de
los estudios sobre la violencia)?, ¿en razón de qué la violencia de los
pobres…merece más atención …que los campos de entrenamiento militares que
anestesian a los reclutas ante los horrores de matar al enemigo. Pero como
sobre esos actos no pesa la etiqueta de desviados, pues cuentan con el
encubrimiento de la institucionalidad y la normalidad, sus rasgos desviados son
pasados por alto y no forman parte de estudios de la sociología de la
desviación…”.
Finalmente, en su
capítulo “Revisión de la teoría del etiquetado” deja entrever cuál debiera ser
un derrotero eficaz de los estudios sociológicos en el sentido contributivo de
generar conciencia. Dice: “Las élites, las clases gobernantes… los varones, los
caucásicos –los grupos de mayor poder en general– conservan el poder…a través
del control del modo en que la gente define el mundo…Cuando estudiamos el modo
en que los cruzados morales hacen las reglas y cómo las aplican…estamos
estudiando el modo en que los poderosos conservan su lugar…”, y como “la
opresión alcanza el estatus de algo normal, cotidiano y legítimo”.
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